A estas alturas de la crisis aflora la noticia de que el Fondo Monetario Internacional, con Rato a la cabeza y 1.200 economistas más, no advirtieron de su llegada. ¡Vaya novedad! Parece que no nos hemos enterado todavía de que los servicios de estudio gubernamentales o de los grandes grupos empresariales tratan más bien de ocultar y edulcorar -no de identificar y subrayar- los problemas de la gestión económica. Y, en la medida en la que la función apologética hacia el statu quo capitalista de esos servicios de estudio se impone, su capacidad de interpretación y predicción se desvanece.

En este contexto encajan las insolventes previsiones de Solbes, las de Salgado… o las de Rato. Son el precio de haber cumplido bien su papel de soslayar los enormes desequilibrios y riesgos de las economías estadounidense y española que alimentaron la crisis, de minimizarla después y de atribuirla a causas ajenas.
La información de Wikileaks desvela el divorcio entre los diagnósticos oficiales y las confesiones privadas sobre la crisis de los más altos responsables financieros estadounidenses y británicos: en el verano de 2007 reconocían ya privadamente que estábamos ante una grave crisis bancaria de insolvencia, mientras que declaraban que se trataba sólo de una crisis pasajera de liquidez. Creo que no es tanto la competencia o incompetencia, como la censura implícita existente, la que separa hoy el discurso económico del poder divulgado por los media, de la opinión tanto más crítica y acertada como comúnmente silenciada de los analistas independientes.
Artículo Publicado en Público
Fuente | Attac
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