viernes, 18 de marzo de 2011

El fantasma de la Comuna recorre aún París 140 años después

Wilhelm Liebknecht

Libertad, igualdad y fraternidad, es caballería, infantería y artillería.” - Karl Marx
 
No soy muy dado a fantasear con fechas pasadas. Los homenajes recordando hechos memorables siempre han sido una de las actividades favoritas del poder. En su delirante obsesión por matar la creatividad y los impulsos que pretenden vivir al margen de sus normas, recurre al continuo recuerdo sobre sucesos pasados para vaciarlos de su contenido real, y recordar que pese a todas las catástrofes y épocas, él ha salido victorioso. El poder pretende convertir la historia en lo mismo que ha convertido el arte, un museo donde pueden observarse apáticamente sus trofeos y congratularse de su victoria. No es entonces una mera coincidencia que los comuneros de París, en el acto artístico más radical del siglo XIX, quemaran el museo del Louvre. La superación de la sociedad de clases, exige naturalmente la superación del arte clasista. La sociedad que niega el arte, niega a la propia humanidad. En este sentido, la frase que dio inicio a la Comuna de París puede ubicarse en un nuevo marco de formas artísticas, la insolencia se convertía por primera vez en el arma revolucionaria:

Estos cañones son del pueblo. No os los daremos, pues nunca os han pertenecido.”

Sin embargo, en este caso estoy dispuesto a hacer una excepción. Esto no significa lanzar pinceladas al vacío, como tampoco hacer un aburrido repaso historiográfico de lo sucedido, pues mucho se ha escrito ya sobre la Comuna. El viejo espectro que antaño arrebató de las manos de la burguesía las calles de París, y fue posteriormente masacrado de forma brutal por los ejércitos de Thiers, cumplirá 140 años el próximo viernes. Las tropas de la burguesía acabaron con la vida de decenas de miles de ciudadanos del nuevo orden social creado a partir de las ruinas de un capitalismo aún naciente, pero que desde un principio había condenado ya a la miseria y a la enfermedad a los trabajadores que aglutinaban los peligrosos y despreciables suburbios parisinos. Tras el vacío de poder creado por el gobierno republicano en guerra contra Prusia, el pueblo aprovechó la oportunidad para autoorganizarse rápidamente mediante comités populares y alzarse contra sus opresores. Los insurrectos parisinos se convirtieron  por vez primera en amos de su propia historia. La medida social más importante de la Comuna fue, sin duda alguna, su propia existencia.
 
"Los proletarios de París, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder. Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del estado tal como está, y ha servirse de ella para sus propios fines." - Manifiesto del 18 de marzo proclamando la Comuna de París.

La rebelión sucedida en París, pese a su primitivismo, es la experimentación más radical de poder popular de la historia de la clase trabajadora, es uno de los avances más claros hacia la emancipación del género humano, a la conquista de la libertad total. La consecución de la democracia directa y la consumación de nuevas formas de entender la vida hicieron que en el breve episodio de una comuna sitiada por el militarismo francoprusiano, se desarrollara una verdadera transmutación social. La historia del movimiento obrero está llena de contradicciones, y la Comuna de París resultó ser el inicio del más grande paradigma que aún sigue sin ser resuelto: Los aparentes éxitos del proletariado son realmente sus errores fundamentales, tales como el reformismo o la instauración de una burocracia de estado, mientras que sus fallos son sus éxitos más prometedores hasta la fecha, tales como la revolución española o la comuna parisina.

"La revolución debe realizarse en los hombres antes de realizarse en las cosas."

Los situacionistas afirmaron muchos años después de la aniquilación de los comuneros que el poder en su forma espectacular era el urbanista mayor, pues pretendía colonizar y controlar todos los aspectos de la vida social. La ciudad moderna es el propio decorado que ha creado el orden espectacular para su uso y disfrute personal, para facilitar el control social mediante las fuerzas del orden y la instalación progresiva de cámaras de videovigilancia, y para dificultar la construcción de barricadas y sitios donde uno pueda atrincherarse debido a la progresiva extensión de las grandes avenidas. No hay camino más allá de la jerarquía social, no existe posible contestación en su propio decorado, en su escenario principal. El urbanismo auténtico surgirá solamente cuando las zonas que ha ocupado el poder dejen de estarlo y pasen a ser libres, desadoquinar las calles es empezar la destrucción del urbanismo. La República del Trabajo parisina tuvo su sede en el Hôtel de Ville, edificio redecorado con banderas rojas, y fue la única implementación de un urbanismo revolucionario, cuestionando los símbolos de la organización de la vida y a cada uno de los monumentos. En los últimos días de la Comuna, un batallón de incendiarios fue decidido a destruir la catedral de Notre-Dame, símbolo de la larga opresión ejercida por el clero en la sociedad francesa. Unos pocos artistas se interpusieron en su camino, argumentando el valor artístico y arquitectónico de dicho edificio. Su presunta especialización les había nublado la vista: El objetivo no era simplemente reducir a cenizas la catedral, si no que se trataba de una declaración de guerra abierta a las clases dominantes de todo el mundo, atacando a uno de sus principales símbolos de su poder. No se encarizaban contra el edificio, si no contra su institución.
 
Los últimos comuneros que quedaron vivos tras caer la última barricada, defendida por un solo hombre, fueron fusilados ante lo que hoy se conoce como Muro de los Federados del cementerio de Père Lachaise, y arrojados posteriormente a una fosa común. Vaneigem escribió que para limpiar el Muro de los Federados con la sangre de sus asesinos, un día los revolucionarios de todos los países, se unirían a los revolucionarios de todos los tiempos. La losa gris que en el día de hoy recuerda donde perecieron los comuneros de París está constantemente vestida con rosas y poemas, pero la podredumbre opresiva y la suciedad de la jerarquía social que antaño la cubrieron, aún no han conseguido despegarse. No demoremos en usar el único detergente válido contra la dominación social. Cambiar la vida, transformar la sociedad.
http://muertedelahistoria.blogspot.com/2011/03/el-fantasma-de-la-comuna-recorre-paris.html 
Fuente | Kaos en la Red

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